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martes, 28 de mayo de 2013

El animal que soñé ser.



Caminaba sin darme cuenta que el frio ya penetraba mis pies. Caminé sin darme cuenta que lo hacia por encima de cualquier cosa. Caminé descalzo sobre las latas mojadas, caminé lento mientras sospeché de la nada. ¿Era de día o de noche?, ni aquello me detuve a pensar, no sé, tal vez mi serenidad era absoluta, ¿necesitaba saberlo? Parece que no, porque todo estaba claro ante mis ojos, sin brillo pero existía nitidez, sin luces pero en definidos contrastes y sombras muy bien delineadas; con trazos pero sin gruesas pinceladas de arte nocturno en el bastidor de la madrugada entrante.

Mi mirada fija como lanzas de indio; mis pasos seguros como la primer roca de este mundo; mi pensamiento dócil como el que va resignado a morir; mi cuerpo liviano como el pasar de los siglos que no vendrán, mi vida solitaria como el animal en el que estoy convertido. 

Desperté creyendo ser lo que no era, mis manos anchas y desproporcionadas me acariciaron los ojos vidriosos enrojecidos, y a mi cuerpo aplanado traté de alzarlo ayudándome con mis brazos colgados sobre estos hombros levantados. Sostuve mi cabeza con la fragilidad que se sostiene una mentira descartada, caminé con pasos descalzos sin equilibrio, en dos tiempos, precoces, mirando verticalmente de abajo arriba sin detenerme en el vacio material. 

Desperté pero seguí esperando, volver a ser el animal aquel que deseaba ser. 

Soñé nuevamente con la agonía más dulce, el momento placido, la razón suprema.

Desperté de nuevo y deje en la cama el gato que soñé ser.

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