Ya era de mañana nuevamente y no
podía entender por qué el silencio permaneció durante las primeras horas del
día, escuchaba solo el silbido de algunos pájaros y el ruido de mis pulmones
respirando profundamente. Confuso, de alguna manera estaba advertido sobre el
bullicio que dominaba los días de aquellos pueblos de la montaña. Mi ayudante,
originario de San Carlino se veía preocupado, lo noté por que se escabullía en
ese mismo silencio desolador, pero me atreví a preguntarle – Bejancho, oime
¿vos que tenés?- -Na’ jefe, pero no hable de vírgenes ¿oyó?- Yo me acuerdo de
eso Bejancho, pero no entiendo ¿porque me decís esa vaina otra vez?- Jefe, hoy
es el día.- ¿el día de qué? – hoy jefe, nos jugamos la fé … la fé!! .
Inmóvil, si, quieto quedé…el
sudor de mi ayudante brillaba en su frente, no era común verlo así, sentí una
brisa fría que me congelo el cuerpo, y de repente, se escuchó un grito que
venía desde la calle principal. – ¡aleluya Virgen de Toreira!!, y un tumulto ¡¡Aleluya!!- ¡serás la ganadora y
seremos victoriosos!!- Palos, machetillas, carretas y mucha algarabía en la
calle.
Era hora de salir, ese día la Alcaldía
Municipal estaba cerrada, las oficinas bancarias, todo estaba paralizado menos
un pueblo que se veía dispuesto a todo. – Si ve jefe, hoy es el dia. Hoy nos
jugamos la fe, hoy la virgencita de Toreira demostrará que ella es la única
patrona de toda la provincia y no esa virgen que quieren en el otro pueblo, que
dicen que hace milagros, y es más bendita que la Virgencita nuestra-.


Al encontrarse de frente ambas
imágenes de yeso, adornadas de vestidos pomposos, coloridos y con brillos
únicos, de perlas resplandecientes y sus coronas doradas, un gran temblor
sacudió las montañas haciéndolas gruñir ferozmente, meciéndolas como si se
tratara de arenales del desierto, y
mientras la gente asustada se arrodillaba, suplicaba misericordia, corrían y
gritaban, yo miraba hechizado esas dos figuras, tan escéptico y apático, mi corazón comenzó a palpitar como nunca, me
agaché durante aquel terremoto inesperado, asustado, quedé en medio de un mar
de gente que enloquecía, la lluvia salada comenzó a caer y los rezos y
oraciones se cambiaron por maldiciones y gritos desesperantes y las bulliciosas
santerías de los fieles que ahora caían en desgracia insospechada se derretían
en el agua.
Cuando terminó aquel momento
infernal, hombres y mujeres de ambos pueblos se miraron, se desconocieron, se
desarmaron, sus ojos rigidos voltearon a la vez sobre las dos Imágenes que
permanecieron atrapadas en el terremoto y el aguacero de sal, para descubrir
que sin competir por milagros, ambas Vírgenes estaban dispuestas a ser adoradas
indudablemente, DESNUDAS.
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