Hacía 15 minutos que la dejé al frente de su casa. Nos despedimos como
era costumbre en las gradas que dan a la puerta, unos cinco escalones
que subió y luego entró, pero justo antes miró atrás y se despidió de
nuevo con una sonrisa. Yo seguía mi camino a casa pensando en ella,
miré mi reloj negro, el mismo que me regaló mi hermana un mes atrás,
calculando ya 25 minutos de recorrido. El piso húmedo, la llovizna
permanente casi arruina la cita de hoy, la suerte y el clima permitieron
que ella pudiera salir esta noche que amenazaba con mojarnos las
ilusiones. Todo era perfecto, desde que entré a la casa de lucero para
pedir permiso y salir hasta ese momento extraño, apenas justo cuando mi
reloj marcó las 11 de la noche, las cosas no serian como de costumbre.