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lunes, 11 de marzo de 2013

Herencias secretas Parte II


Parte II

La mañana, fría como de costumbre, cortó de seco  el calor de su cuerpo, ya era hora de salir, el miedo y la inquietud, habían hecho de su noche un eterno momento, inútil por tratar de recoger fragmentos de alivio, una pausa entre la incertidumbre y la ansiedad, hasta que al fin un rayo de luz penetro en su cuarto, iluminó sus ganas y decidió empezar el día.
Ya en el fogón, ardía entre la leña el primer tinto de la mañana, su madre, de cierta forma, sabía lo que le pasaba a Arturo, decidió esperar a que el mismo confesara, que lo atormento la noche anterior.  Un viento helado soporto como entre maderas resquebrajadas, un suspiro profundo de Arturo, que levantaba la cabeza para tomar de su madre la taza con café hirviendo. Una palabra vino a encomendar sobre su madre la pregunta directa. ¿Por qué me pasa esto? con la cara tristemente afectada su madre balanceo, agacho la cabeza, y entre sus dientes, mientras nacía una lagrima en sus ojos,  respondió con solo recordarle a su padre, mientras volteó para levantar la arepa del tiesto,  lloro, suspiró y de inmediato se sumergió en un mar de lágrimas. –Tu padre- dijo. A esta altura,  parece ser que una historia se volvía a repetir.

El incesante sol de la mañana, trajo a Arturo, que caminaba en medio de los maizales el recuerdo incomodo de su aflicción, en el trascurso de su labor, nada lo había desconcentrado, ver a su perro ladrar a lo lejos le dió la repetida sensación de los momentos que paso la noche anterior, pero esta vez, nada ocurrió, solo su frente goteaba una tras otra, gotas de sudor. Mientras el sol evaporaba su energía, decidió, que al llegar a casa, no volvería a salir más por ese día, no se sentía bien, prefirió descansar. Ya eran las 12:30 m,  se apresuró a recoger sus cosas y su mochila, ligeramente más pesada, intentó de nuevo levantarla, no podía pensar dos cosas al tiempo, su afán, y ahora esto, solo quería irse, pero ella seguía allí, pegada sobre la mesa, la herramienta al lado, nada que la retuviera,  nada tenía explicación nuevamente, en otro intento, una nube de insectos odoríferos , salió de su mochila, su impresión al levantar sus manos, lo tumbo, ese olor de nuevo, lo confunde, se quita la camisa, pretende espantarlos con ella, el número de insectos cada vez es mayor, el olor crece, y su mente, desmaya, al despertar  aparece tirado sobre su maizal, seco, en ruinas, ¿es su imaginación? No, todo su trabajo está hecho nada, la herencia de su padre, destruida, todo el campo ahora, solo revelaba un color amarillento, característica renuente del olvido  y el  abandono. 

La mujer,  que dio su mano para levantarlo de la muerte, apareció esta vez, su voz, con paciencia, terminaba con una promesa histórica, una promesa que no había podido ser cumplida por generaciones, su abuelo y su padre, sufrieron el tormento de sus antepasados, hoy él también comenzaba a soportarlo, pero ya era tarde. El espectro de mujer describió, a Arturo, como años atrás, sus abuelos soportaron la muerte de muchos familiares, la enfermedad y la desolación arrasaba con vidas inocentes, cultivos y animales pero que a través de oscuros pactos lograron resurgir de la ruina, que hoy por su falla e incumplimiento desdichadamente a nuestro personaje le tocó consumar, entregando la riqueza del campo, ver toda la herencia destruida, y su vida misma, esta vez nada parece salvarlo de la muerte, a menos que decida, como lo hicieron sus abuelos, comenzar un nuevo pacto secreto.

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