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viernes, 20 de septiembre de 2013

Los caminos de Diablo

Viajaba, no en las comodidades de un bus moderno o en el sillón de un auto, ni mucho menos rosando el cielo en avión. Viajé, entre caminos de montañas repletas de follaje verde, algunas grises, unas muy altas y otras a medio filo, sin nada más que ofrecer que cuestas empedradas, sucias, bastas, que no dejan sino mal sabor en la andada. Caminos cortos y largos, estrechos y arrugados, olvidados y muy usados son la ironía del viajero, que los recorre afanoso pero lo frena la insensatez de los trayectos, que mientras más se aleje, peor su paso.
Así son los caminos de diablo, sacados del infierno para ayudar a sus osados andarines que los recorren día y noche, sin arreglo ni santo que los mejore. Ningún santo los arregla, ni al uno ni al otro, a nadie parece importar, solo al desdichado que los cruza, el que por razones primitivas los atraviesa, los recorre y que inconscientemente los define, los traza los raya y los mantiene vivos.

Son caminos del diablo por que el polvo reina y las piedras amenazan, las quebradas mojan de vez en vez los destinos del viajero cuando baja del monte para subirlo de nuevo.

La polvareda que todo lo daña, arruina precozmente lo que se deja abandonado.

Las piedras, las piedras no son más que el ajetreo tirado, diciendo siempre que en el suelo Satanás te puede esperar sentado.

La mula, el perro y el campesino ya están con eso acostumbrados, se hicieron amigos del infortunio y del olvido, viven así manteniendo el campo sembrado. Para ellos no hay cosa más absurda que hacer la comida para sacarle provecho, pero con desdicha va entendiendo que sacar lo sembrado sale complicado, y que acostumbrado de recórrelos se da cuenta, ya está cansado.

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